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La Maldición del Alfa Prohibido
La Maldición del Alfa Prohibido
Por: Eliana Zárate
Capítulo 1: Sangre en la frontera

El rugido partió la noche en dos, no fue un aullido común, era grave, profundo, como si la tierra misma hubiera gruñido de rabia. Asha, la médica forzada de la Manada Umbral, levantó la vista con el ceño fruncido, sus manos estaban cubiertas de sangre, los guantes pegajosos, el cuerpo de un guerrero abierto en canal sobre la camilla improvisada, no era la primera vez que cosía vísceras, pero ese sonido... ese sonido no era parte del bosque, era una amenaza.

—¡Sujétalo! —ordenó al joven Beta que la asistía, con una frialdad que ya no se molestaba en fingir.

El muchacho obedeció, tembloroso, Asha no temblaba, había perdido ese derecho el día que la exiliaron, el día que la marcaron como “indeseable” y le arrebataron su aroma, desde entonces, aprendió que una Omega sin protección no sobrevive por empatía, sobrevive porque se vuelve útil... o letal.

—¡Doctora, vienen hacia aquí! —gritó otro Beta desde el pasillo, con los ojos desorbitados.

—¿Quiénes?

—No lo sabemos, hay movimiento en el perímetro, velo negro, no son nuestros. —Asha tensó la mandíbula, velo negro, eso solo podía significar una cosa… Desollados.

—Cierren la clínica, ya. —Pero fue tarde.

El primer estallido vino desde el techo, una figura cayó como plomo justo sobre la mesa de instrumental, quebrando frascos y derramando esencias con olor a hierro y canela podrida, no era un lobo normal, tenía garras, pero no patas completas, dientes, pero sin lengua y sus ojos… eran vacíos, como si hubieran sido arrancados y devueltos sin alma.

—Eres tú —gruñó con voz rasposa—. Eres la llave. —Asha no dudó.

Tomó una ampolla de sal lunar y la estrelló contra su rostro, el Desollado chilló, retorciéndose como una raíz quemada, el joven Beta gritó, otro trató de detenerlo, pero la criatura ya se desvanecía como si nunca hubiera estado allí, dejando una estela de humo negro y sangre que chispeaba al tocar el suelo, hubo silencio por un instante, nadie respiró, hasta que un nuevo olor llenó el aire, uno más antiguo, más salvaje, uno que Asha nunca quiso volver a sentir, Kieran Dusk había llegado y con él, el caos se hacía carne. El Alfa cruzó la puerta como si el derrumbe a su alrededor no existiera, sus botas dejaban marcas negras en el suelo, sus ojos, dorados como brasas, se clavaron en ella como si la examinara con la precisión de un verdugo, Asha no bajó la mirada, nunca más lo haría.

—¿Qué fue eso? —preguntó él, su voz áspera como piedra raspando hueso.

—Un Desollado, un experimento de los Lobos del Velo, buscaban algo, o alguien.

—¿Vos?

Ella se limpió la sangre de la mejilla con la manga, no respondió. —Kieran la olfateó, un acto brutal, instintivo, de lobo Alfa reconociendo un rastro, retrocedió medio paso, solo medio, pero fue suficiente para que todos lo notaran.

—No puede ser —murmuró.

—¿Qué cosa?

—Tu aroma, el vínculo… —El silencio fue absoluto, los Betas se miraron, algunos incluso apartaron la vista, Asha apretó los dientes.

—No soy tuya.

—Y sin embargo... lo sos.

El lazo se había despertado, ese lazo maldito que une Alfas y Omegas de por vida, ese lazo que él mismo había jurado no volver a sentir, no después de la muerte de su prometida, no después de que el mundo le recordará que el amor es una condena.

—Marcame y te arranco la garganta —escupió Asha, Kieran sonrió, como si le gustara el desafío.

—Tranquila, no soy tan idiota. —Pero su mirada decía otra cosa.

Esa noche, no hubo descanso, la clínica quedó cerrada, la manada en alerta, el ataque había sido directo, planificado, los Lobos del Velo sabían que Asha estaba allí y no vendrían solo una vez. En la cabaña prestada que usaba desde su llegada, Asha afiló su daga, era de plata lunar, con un núcleo de obsidiana, la había fabricado ella misma, para cortar no solo carne… sino vínculos, por si algún Alfa olvidaba pedir permiso, el golpe en la puerta fue seco, abrió con la daga en mano, Kieran no se inmutó.

—Voy a poner guardianes en tu puerta —dijo.

—No necesito ni guardianes ni tu permiso.

—No es una opción, quieren tu sangre, si mueres, será aquí, pero peleando no sola.

—¿Y vos vas a pelear por mí?

—No, por mi manada, vos venís con el paquete. —Asha dio un paso adelante.

—¿Entonces esto es solo pragmatismo? —Kieran la miró con una intensidad que quemaba.

—Si eso te hace dormir mejor. —Ella le cerró la puerta en la cara, pero no pudo dormir, no porque temiera al enemigo, sino porque temía lo que empezaba a sentir… por uno de ellos.

Dos días después, las cosas se agravaron, un grupo de Omegas de otra manada fue encontrado muerto en el río, sin marcas visibles, y sin aroma, quemadas. —Asha examinó los cuerpos.

—Esto no es una emboscada, es un mensaje. —Kieran frunció el ceño.

—¿Qué tipo de mensaje?

—Los están cazando, uno por uno, las Omegas nómadas, solas, sin protección, como yo, como muchas antes.

—¿Por qué?

—Porque creen que alguna es la llave y no saben cuál.

—¿Y vos lo sos? —Ella lo miró, no mintió.

—Sí. —Un silencio pesado se posó sobre ellos.

—Necesitamos hablar con Nerya —dijo Kieran—. Ella sabe más de estos rituales.

Nerya vivía en el borde del bosque, era una anciana ciega que hablaba en acertijos y dormía sobre un lecho de hojas secas, nadie confiaba del todo en ella, pero todos la respetaban.

—Ella es la última Eclipse —dijo apenas la olfateó.

—¿Qué significa eso? —preguntó Kieran.

—Que su sangre puede abrir puertas... o sellarlas, que si muere, lo antiguo vuelve, que si vive... también.

—¿Y qué quieren los Lobos del Velo?

—Acceso, quieren usar su cuerpo como puente.

—No soy un objeto —dijo Asha.

—No, pero tampoco sos solo una mujer, sos herencia, sos umbral, sos la maldición de los que jugaron a ser dioses. —Kieran la sostuvo del brazo al salir.

—No voy a dejar que te toquen.

—Ya lo hicieron hace años, cuando me exiliaron, esto es solo la continuación de una condena que empezó antes de nacer. —Esa noche, encontraron otro símbolo en su puerta, una rama de ciprés atada con cabello oscuro, un aviso de muerte, pero esta vez, había una nota grabada en hueso:

“El eclipse se acerca, la llave ya fue olida, pronto se abrirá la puerta desde dentro.”

Kieran la leyó sin decir palabra, solo apretó los puños.

—Te muevas donde te muevas… —susurró—, el peligro va con vos.

—Entonces dejame ir.

—No, si te vas, te matan, si te quedás… yo me convierto en tu jaula.

—No quiero una jaula.

—Y yo no quiero otra tumba. —Sus miradas se encontraron, por primera vez, no hubo odio, solo dolor compartido, y eso era más peligroso que cualquier Desollado.

Horas después, los túneles explotaron, el ataque vino desde abajo, los muros temblaron, el suelo se partió, criaturas deformes emergieron de la tierra como sombras encarnadas, no eran lobos, no eran humanos, eran fragmentos, errores, abominaciones, Kieran se lanzó a la pelea sin dudar, Asha estaba armada con su daga, derribó a dos en segundos, su cuerpo se movía como si algo más lo guiara, su poder vibraba en la piel, era como si la tierra misma le diera órdenes, en medio del caos, una criatura la alcanzó, le abrió el brazo de lado a lado, Kieran lo vio y rugió, no como un hombre, como un Alfa liberado, saltó sobre la criatura y la destrozó, luego la olió y en el peor momento, en el más inadecuado, la marcó, sus colmillos se hundieron en su cuello y la sangre brotó, el lazo se selló para siempre, Asha gritó, no por dolor, sino por traición, el vínculo que juró no tener, la pertenencia que juró rechazar, el Alfa que juró no tocarla… la había reclamado y ahora, nada volvería a ser igual, ni el mundo, ni ella, ni él.

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