Iris se quedó sentada en el sillón mucho después de que Max se fue.
El sobre seguía ahí, descansando sobre su regazo, como si pesara una tonelada.
No podía moverse, no podía siquiera decidir si abrirlo o dejarlo cerrado para siempre.
Sabía que lo que había dentro tenía el poder de cambiarlo todo… para bien o para mal.
Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas y escondiendo el rostro entre las manos.
Respiró hondo, una, dos, tres veces, intentando calmarse.
Pero el nudo en su pecho no cedía.
Finalmente se puso de pie y dejó el sobre en la mesa.
Necesitaba distraerse. Necesitaba… cualquier cosa que no fuera pensar.
Fue hasta la pequeña radio que tenía sobre la encimera de la cocina y giró el dial para encenderla, buscando un poco de música al azar.
Pero en lugar de algo alegre o neutral, el destino le jugó su peor carta.
Las primeras notas melancólicas de Supermercado, de Mon Laferte, comenzaron a llenar la habitación.
Y cada palabra la golpeaba más fuerte que la ant