Kaelvar giró de forma lenta hacia los demás, ignorando el cuerpo decapitado como si no fuera más que un estorbo en el suelo. Su expresión había vuelto a ser calmada, pero sus ojos parecían helar todo a su alrededor.
El olor del humano, oculto en capas de temor y otras emociones, seguía presente; podía rastrearlo, aunque tardaría probablemente un día. Y no pensaba permanecer en ese mundo ni un instante más de lo necesario.
Aun así, se permitió perder unos segundos en degustar el miedo que estaba en el aire. Los humanos siempre le recordaban lo mismo: criaturas débiles, insignificantes… tal como su padre las había descrito.
Después de algunos segundos, habló, provocando que se encogieran en su lugar:
—Antes, te atreviste a llamarme “la bestia” —dio pasos con calma, obligándolos a retroceder—. Sin embargo, no recuerdo haber conocido jamás basura como tú, humana; es la primera vez que recorro este mundo.
Nancy se colocó al lado de la anciana, cubriendo también a los gemelos, y desenvainó