Agnés parpadeó, recuperándose de su exabrupto, pero el surcó de molestia en su rostro no desapareció.
—Me volvió a quitar todo —susurró la anciana, dando un paso hacia Serethia y, de un tirón, la sujetó del cabello, provocándole un gemido que rompió el silencio, pero no la perturbó—. Creí haber hecho un buen trabajo, al menos contigo, Lia; siempre pudiste ver más allá… Pero terminaste siendo igual de débil que tu hermano.
Lia bajó la cabeza, sin atreverse a mirarla. Las palabras de la mujer mayor la atravesaban como golpes. Leo, en cambio, dio un paso hacia delante, pero Lia lo retuvo con manos temblorosas.
—Todos me han decepcionado. —La voz de Agnés se quebró, aunque sus dedos siguieron aferrados al cabello de Serethia como garras—. Pero los sigo amando, y buscaré la misericordia por ustedes… por ti, Alec.
La anciana estiró la mano libre y Nancy, sin inmutarse, colocó el bastón entre sus dedos. Serethia intentó clavarle las uñas en la muñeca, pero Nancy le golpeaba las manos con una