El dolor seguía desgarrándole el pecho, cada vez más agudo e intenso, como si cada vez le arrancaran más y más pedazos desde adentro. Alec apenas escuchaba las voces a su alrededor; eran murmullos distantes a los que no encontraba ningún significado. Lo único que seguía teniendo sentido era un pensamiento primordial que lo dominaba, una urgencia que latía con violencia en su cabeza: necesitaba verla, tenía que llegar a Serethia.
Así que no recordaba el trayecto después de la discusión, solo algunos destellos confusos; el chirrido de las llantas, los gemelos discutiendo entre ellos y sus propios jadeos buscando aire. Pero todo lo demás se hundió en una laguna oscura, perdiéndose en la inmensidad del olvido, hasta que el auto se detuvo seco. Y, solo entonces, volvió a la realidad, siendo consiente de donde estaba.
Se inclinó hacia la puerta y, tambaleante, bajó del auto, pero sus rodillas flaquearon en el instante en que sus pies tocaron el suelo, y habría caído de bruces de no ser porq