Estaba convencida de que estaba haciendo lo correcto, pero cuando volvió a mirarlos, no pudo evitar dar un paso atrás, palideciendo, como si la hubieran sorprendido en una mentira como cuando era niña.
Aunque para Leo su gemela fuera casi como una extensión de sí mismo, Alec reconocía bien esa reacción; la había visto muchas veces en su niñez, cuando su abuela les recordaba que entre ellos no había secretos. Y, entonces, dándose cuenta del engaño, el dolor se vio levemente enmascarado por la furia.
—Se pusieron de acuerdo con ella… —su voz temblaba, pero esta vez por la furia que le provocaba ver a los gemelos ayudando, otra vez, a su abuela a dañarlo.
Leo bajó la mirada, con el rostro tenso por la culpa, como siempre hacía cuando la anciana llevaba a cabo con ellos las noches de rezo. Siempre mirando a otro lado para evitar sentirse culpable.
—No creí que la abuela lo haría así…Lo siento.
—¡Mientes! —Se levantó del asiento, provocando que los gemelos retrocedieran con temor—. ¡Lo sab