El taxi avanzó lento, y en cada semáforo parecía cerrarse más la opresión en su pecho. No era dolor físico… era algo más profundo, que no tenía explicación científica aparente. Al llegar a su apartamento, todo estaba sumido en silencio… uno que lo sofocaba casi tanto como aquel lugar del que había huido. Y eso le dio la constancia de que esa noche también seria de insomnio.
Resignado, cerró la puerta y sus pasos lo llevaron directo a su habitación. Era irracional, lo sabía, pero era como si algo lo llamara desde dentro. Cuando abrió la puerta, la vio. Serethia estaba acurrucada en su cama, enrollada entre sus sabanas, temblando entre sollozos. Esa visión provocó que la presión en su propio pecho se volviera insoportable.
Antes de pensarlo, corrió hacia ella, arrodillándose junto a la cama. Estiró la mano para tocarla, pero el gesto se quedó suspendido en el aire cuando recordó que su toque la dañaba. Sin embargo, cuando iba a retirar la mano, los ojos de ella se abrieron y atrapó sus