Serethia lo observó con cautela. No comprendía algunas de las cosas que había mencionado, pero su olor no le indicaba que tuviera intenciones de dañarla. Sabía que algunos licántropos podían ocultar y manipular su aroma. Pero no estaba segura si los humanos también podían hacerlo. Por lo que prefirió mantenerse en su posición.
—Ya que me presenté... ¿puedo saber tu nombre? —Cambió de tema de forma repentina. Pero a ella no le importó.
—Serethia Velaryss—respondió, prefiriendo eso a que él la volviera a tocar.
—No es un nombre común —comentó mientras tomaba un botiquín—. Serethia Velaryss, necesito que te desnudes.
Ella frunció el ceño y se echó hacia atrás, ofendida.
—Necesito ver todas tus heridas...
—Es incorrecto —respondió, con firmeza—. Debe haber una doncella con nosotros
—¿Doncella? —repitió Alec con una sonrisa ladeada—. ¿Suelen seguir en personaje incluso al terminar el juego de rol?
La joven lo miró sin comprender, frunciendo el ceño, pero él no pareció notarlo… o simplemente no le importó.
—Es necesario —dijo con seriedad. Esperó por algunos segundos, pero ella seguía manteniendo su distancia, sin moverse—. ¿Espera…? —esta vez fue él quien frunció el ceño, y su tono cambió, dejando atrás la ligereza—. ¿Estás insinuando que yo…? —soltó una risa corta, incrédula—. No deseo aprovecharme de ti… Si hubiese querido hacerlo, lo habría hecho cuando estabas desmayada.
—No tenemos ningún vínculo —rebatió ella—. El mirar mi cuerpo… sería indigno. Te estarías aprovechando de mí al hacerlo
Alec soltó una breve risa, como si su comentario lo hubiera entretenido, en lugar de ofenderlo.
—¿Aprovecharme? ¿Solo con posar mis ojos sobre ti?
Serethia apretó los labios, enfadada.
—Es un imbécil —murmuró, sin importarle que aquella palabra no fuera adecuada para licántropos de su estatus. No estaba en su mundo, así que tampoco le importaban las palabras impropias. Estaba cansada de ser la chica moldeada para convertirse en la Luna del rey Alfa.
Él fingió ofensa, para luego sonreír con descaro.
—Oh, vamos… no es como si quisiera verte desnuda. —Hizo una pausa intencionada, observando su reacción—. No pareces tener nada fuera de lo común… salvo, quizás, ese carácter tan encantador. —Y añadió, encogiéndose de hombros—: Dudo que tengas algo que justifique el asombro.
—Es un presuntuoso —dijo, con un leve rubor en las mejillas. No de vergüenza, sino de enojo—. Criaturas lamentables siendo arrogantes
Sujetó su ropa y se levantó, dispuesta a marcharse. Resistiendo el dolor que la plata causaba en su herida.
—Es tu decisión. No me demandes después —comentó Alec, despreocupado.
Ella lo ignoró y caminó hasta el umbral de la puerta, pero al pasar frente a un espejo se detuvo en seco.
Sus ojos se abrieron tanto que parecía que iban a salirse de sus cuencas. Estaba cubierta de barro y sangre, con la ropa rasgada en varios lugares… pero nada de eso fue lo que la dejó helada.
Fueron los rasgos que habían cambiado, aquellos que siempre la habían definido. Su cabello —antes plateado por la bendición de la luna— ahora caía castaño sobre su espalda. Y sus ojos, que habían heredado el violeta de su padre, eran de un marrón profundo.
Eran sus facciones. El rostro era el suyo, pero no podía reconocerse en aquel reflejo.
Y, por un instante, volvió a pensar que quizá la diosa Luna sí la había abandonado.