Algunos minutos después, Serethia se observaba en el espejo mientras las gotas de agua descendían lentamente por su piel, como si dibujaran un mapa sobre su cuerpo.
Aún no comprendía del todo lo que había sucedido. Su cabello y sus ojos habían cambiado a tonos más comunes, más humanos. Pero la marca… la marca seguía allí. Justo sobre el hueso de la pelvis, donde, grabada como a fuego, se extendía una luna creciente invertida, apuntando hacia abajo y abrazando un círculo de luz pálida en el centro. A su alrededor, líneas finas como raíces se desplegaban hacia los costados, algunas tan tenues que apenas se distinguían, como si hubieran crecido con ella desde el nacimiento.
Era la marca de Sel-Naïma. La diosa que había escrito su destino mucho antes de que ella pudiera hacer alguna elección.
Tocó el collar que colgaba de su cuello, otro sello de la voluntad lunar. Se lo quitó, con la intención de arrojarlo… pero se detuvo antes de que el metal abandonara sus dedos. Frente al espejo, vio cómo su cabello y sus ojos volvían lentamente a su color original: el plateado y violeta que tanto la distinguían.
Parpadeó, asegurándose de que no estaba teniendo una alucinación debido a la pérdida de sangre. Volvió a colocarse el collar y los tonos castaños y marrones, tan comunes como necesarios, regresaron.
Sonrió con resignación. Odiaba llevar otra marca de la diosa en su cuerpo, pero no tenía alternativa si quería pasar desapercibida en el mundo humano. Criaturas inferiores no verían sus rasgos como si fueran una bendición.
Un tirón de dolor la sacó de sus pensamientos y se mordió el labio; la herida latía, ardiendo por el polvo de plata que consumía su carne de forma lenta.
Respiró hondo para prepararse y llevó un jirón de su ropa a la boca, mordiéndolo con fuerza. Con la otra mano, empapó otro trozo en agua y lo presionó dentro de la herida.
Dolía como si le arrancaran la piel a tiras, de forma lenta. La sangre brotó de nuevo, caliente, espesa, y sus piernas temblaron. La visión se le empezó a nublar, pero no se detuvo. Hundió la tela más profundo.
La rabia que sentía por Kaelvar… y por Sel-Naïma, la empujaban a seguir. Su destino no era morir así. Ni ser usada como una marioneta.
Apretó los dientes contra la tela, ahogando los gritos que escapaban de su garganta cada vez que empujaba más profundo el trapo húmedo, desesperada por arrastrar fuera todo el polvo de plata.
Mientras el sudor bajaba desde su frente, un hilo de sangre corrió por su piel… y con él, un polvo brillante emergió de la herida, chispeando como brasas; ardía como si quemara la sangre misma.
Sus piernas cedieron por fin. Cayó sobre el piso frío y, apoyándose en la pared, respiró con dificultad mientras apartaba de su rostro el cabello empapado en sudor. A su lado, un pequeño charco de sangre se había formado. Sin dejar de mirarlo, escupió el trapo que había mantenido entre los dientes y lo dejó caer al suelo.