—Eres la única que me queda, Liora, no puedes pedirme eso —susurró, y apretó de forma suave la mano de su dama; sus dedos temblaban al aferrarse, como si temiera que desaparecería si la soltara, aunque fuese un poco.
Siempre habían estado juntas y, si bien la dejó una vez, fue porque estaba segura de que no sería dañada por su causa.
La aludida, movió los labios, como si hubiese olvidado momentáneamente que ya no podía hablar. Al percatarse de su error, volvió hacer otro movimiento negativo con la cabeza y estiró el brazo izquierdo, retirando la tela harapienta que le cubría el antebrazo.
Su piel antes prístina y de un tono bronceado, estaba manchada con una mezcla de sangre y suciedad. De su antebrazo, brotaba sangre de varios cortes y, por un momento, se sintió acongojada al pensar que había sido parte del castigo de Kaelrya hasta que pudo identificar letras, y se congeló al leer lo que Liora había tallado en su antebrazo.
El rey Alfa Kaelreth tuvo un heredero.
El legítimo rey Alf