Las sombras se mueven distinto cuando sabes que te están observando. Es como si respiraran contigo, como si palpitara la noche al ritmo de tu miedo.
Me encontraba en el límite del territorio, el viento alborotando mi cabello mientras la luna llena se alzaba como una diosa muda sobre nosotros. Era irónico, siendo yo su tocaya, que la luna ya no me ofreciera consuelo, sino advertencia.
—No bajes la guardia, Luna —me dijo Kael a mi derecha, su tono grave y su mirada tan aguda como siempre—. Hay movimiento entre los árboles.
—Lo sé —respondí, aunque la verdad era que lo sentía desde que me había levantado esa mañana. Ese tipo de vibración que te recorre el cuerpo y te dice “algo va a pasar, y no te va a gustar”.
Las tensiones con Magnus habían escalado de forma imparable desde que se reveló su traición. Su sed de poder, su ego herido… era como enfrentar a un animal acorralado. Uno que no tenía nada que perder.
Y yo tenía tanto.
Mi manada. Aiden. Nosotros.
No había espacio para errores.
—¿