A veces, el amor duele más que el odio. Quema lento, como una brasa enterrada bajo cenizas. Y lo peor es que no lo ves venir… hasta que ya estás en llamas.
Eso éramos Aiden y yo ahora: dos fuegos enfrentados, destruyéndonos con cada roce, cada silencio. Caminábamos por la misma senda, liderábamos a la misma manada, pero cada paso juntos parecía una batalla no declarada. Y lo más jodido de todo… es que seguía deseándolo con la misma fuerza con la que quería escapar de él.
Desde que descubrí la traición de Declan y las sombras que nos acechaban desde dentro, todo había cambiado. Ya no dormía bien. Ya no confiaba en nadie. Y Aiden... él se había encerrado aún más en su mundo silencioso de estrategias, amenazas y cargas invisibles. No me dejaba entrar. Otra vez.
—La reunión con los centinelas será al atardecer —dijo esa mañana, sin mirarme, mientras se colocaba la camisa negra que tanto odiaba porque parecía parte de una armadura. Su voz fue tan fría y firme como si me estuviera informand