Los días que siguieron a la pelea con Aiden fueron como una niebla pesada que se cernía sobre mí, oscureciendo cada rincón de mi mente y hundiéndome en un mar de dudas. Sentía que me deshacía en pedazos, que cada palabra no dicha y cada silencio entre nosotros era un ladrillo más en la prisión que me construía.
Pero la ceniza siempre guarda el calor para un nuevo fuego, y ese día decidí que no me dejaría consumir. No podía seguir siendo la sombra de la mujer que una vez fui, la que temía abrir los ojos por miedo a lo que encontraría.
Comencé caminando sola, dando pasos cortos dentro del territorio que conocía pero que ahora me parecía extraño, casi hostil. La manada había sido mi mundo, pero también mi cárcel. Empecé a mirar más allá de las cadenas invisibles, buscando las grietas por donde pudiera colar la luz.
Fue entonces cuando aparecieron ellos: aliados inesperados que no tenían nada que ver con el juego de poder ni con las lealtades rotas. Personas que me vieron sin máscaras, qu