La noche había caído pesada sobre la manada, pero el aire entre Aiden y yo estaba aún más cargado, como una tormenta a punto de estallar. No podía seguir cargando con las dudas, con ese peso invisible que nos arrastraba a ambos hacia un abismo que prometía devorarnos.
Él evitaba mis preguntas. Lo notaba en cada silencio, en cada mirada que se desviaba. Y yo, con mi corazón apretado y mi mente al borde del colapso, sabía que el problema no era solo lo que yo sospechaba, sino todo lo que él aún no estaba dispuesto a decirme.
—¿Cuánto más vas a ocultarme, Aiden? —le pregunté, con la voz más firme de lo que me sentía por dentro—. Necesito saber la verdad. Ya no puedo vivir con las sombras entre nosotros.
Me miró, sus ojos oscuros centelleando con una mezcla de dolor y frustración, como si también luchara contra sus propios demonios.
—No todo está listo para que lo sepas, Luna. Hay cosas que te protegerán si no las conoces —su voz era un susurro que, lejos de tranquilizarme, quemaba.
—¿Pro