La noche se había convertido en mi aliada y en mi enemiga. Mientras la manada dormía, yo permanecía despierta, atrapada en el laberinto de susurros y miradas que parecían esconder más de lo que dejaban ver. Algo en el aire había cambiado. La confianza que una vez creí inquebrantable ahora se resquebrajaba bajo la sombra de secretos y medias verdades.
Desde hacía días, las conversaciones se volvían fragmentadas, los rostros esquivos, y las miradas se desviaban apenas me acercaba. No podía permitirme ignorar esa sensación, esa punzada que me gritaba que algo se tramaba en la oscuridad, lejos de los ojos de la manada, lejos de Aiden.
Decidí que tenía que descubrir qué se ocultaba tras esos susurros, incluso si eso significaba desafiar las reglas no escritas de la manada. Mi instinto de supervivencia y mi amor por ellos me impulsaban a ir más allá, a arriesgar mi posición y mi seguridad.
Vestí con ropa oscura y silenciosa, dejando atrás la comodidad de mi refugio para adentrarme en los corredores que conocía tan bien, pero que ahora parecían diferentes, más amenazantes. Cada paso resonaba en el silencio, y el frío me calaba la piel, recordándome que la verdad que buscaba podía ser peligrosa.
Mis oídos captaron fragmentos de voces apagadas, palabras cargadas de tensión: “traición”, “peligro”, “decisión inminente”. Me escondí tras una columna, conteniendo la respiración, mientras dos figuras discutían con fervor. La sombra familiar de Aiden se distinguía, pero su interlocutor era alguien a quien no esperaba ver cuestionando al Alfa.
El corazón me latía con fuerza, mezclando el miedo con una determinación nueva. ¿Qué podría ser tan grave que pusiera en duda la unidad que habíamos construido? Sabía que cada secreto descubierto no solo me acercaba a la verdad, sino que también podría alejarme de la única familia que había elegido.
Sigilosamente, seguí la pista de esos murmullos hasta un cuarto cerrado, donde un pergamino viejo y arrugado descansaba sobre la mesa. Tomé el documento con manos temblorosas y lo abrí con cuidado. Lo que leí fue un golpe al estómago: un plan oculto para dividir la manada, para desafiar la autoridad de Aiden y sembrar caos entre nosotros.
La traición era más cercana de lo que había imaginado, y yo, la Luna, la guardiana del equilibrio, debía decidir si revelaría esa verdad o la dejaría pudrirse en la oscuridad para proteger a quienes amaba.
Mientras cerraba el pergamino, la frase resonó en mi mente con claridad aterradora: “A veces la oscuridad revela más que la luz.” Porque en esa penumbra encontré no solo secretos, sino también la fuerza para enfrentar lo que viniera, con el corazón abierto y la mente despierta.
El pergamino arrugado temblaba ligeramente en mis manos, como si él mismo quisiera escapar de la verdad que encerraba. Lo releí una y otra vez, asegurándome de no malinterpretar nada. Cada palabra estaba impregnada de intención y peligro. Un grupo dentro de la manada, un núcleo oculto, estaba tramando socavar la autoridad de Aiden, mi Aiden, y con ello, arriesgaban no solo su liderazgo, sino nuestra paz.
Sentí que una mezcla de rabia, miedo y tristeza me quemaba el pecho. ¿Cómo podían atreverse a conspirar contra él? ¿Contra nosotros? Y lo más doloroso: ¿cómo no me habían confiado esto antes?
El peso de ese secreto me aplastaba, y a la vez, me despertaba. No podía quedarme callada, no podía dejar que la sombra de la traición creciera sin control. Pero tampoco podía actuar sin planear cada paso. La manada era mi familia, y destruirla a traición me dolía más que cualquier enemigo externo.
Salí del cuarto con el pergamino escondido en la chaqueta. La noche me envolvía, como queriendo protegerme o quizás advertirme. Caminé sin rumbo fijo, dejando que la fría brisa golpeara mi rostro, intentando despejar la tormenta que tenía en la cabeza. Mi mente volvía una y otra vez a Aiden. ¿Qué diría si supiera lo que había descubierto? ¿Me acusaría de desconfianza? ¿O entendería que no podía permanecer muda?
Mi teléfono vibró en el bolsillo y me sacó de mis pensamientos. Era un mensaje de él: “¿Dónde estás? Te necesito.”
Le respondí rápido, no podía mantenerlo en la incertidumbre. “Estoy bien. Tenemos que hablar. Algo ha cambiado.”
Aiden apareció en menos de cinco minutos, con esa mezcla de urgencia y calma que lo hacía irresistible. Sus ojos buscaron los míos con intensidad, como tratando de adivinar qué guardaba. No le escondí nada, abrí la chaqueta y le mostré el pergamino.
Su expresión se tornó grave, la tensión en su mandíbula evidenciaba que mis temores no estaban fuera de lugar.
—¿Quién está detrás de esto? —preguntó con voz baja pero firme.
—No lo sé con certeza, pero los nombres que circulan son los de los más cercanos a ti —confesé, sintiendo que el dolor en su mirada era mi propio reflejo.
Él me tomó de la mano, un gesto que me ancló en medio de la tormenta emocional.
—Luna, esto es más que un simple susurro. Es una amenaza real. Pero no voy a dejar que destruyan lo que hemos construido.
—Yo tampoco —respondí, apretando su mano con fuerza—. Pero necesito que confíes en mí. Que no me consideres una amenaza, sino una aliada.
Nos quedamos en silencio, respirando al unísono, conscientes de que la batalla que venía no sería solo contra enemigos visibles, sino contra sombras que habíamos dejado entrar.
Decidimos que mi siguiente movimiento sería reunir pruebas. No podía simplemente acusar sin fundamentos sólidos. Así que me lancé a una investigación silenciosa, infiltrándome en conversaciones, observando comportamientos, buscando detalles que otros descuidaban.
Cada encuentro, cada palabra susurrada, cada mirada esquiva se convirtió en una pieza de ese rompecabezas oscuro. La tensión crecía, no solo por la amenaza externa, sino porque sentía que la confianza se desmoronaba a mi alrededor.
Una noche, mientras registraba los documentos del consejo, una voz conocida me detuvo en seco.
—¿Crees que vas a descubrir algo?
Me giré, y allí estaba él, uno de los implicados en la conspiración, con una sonrisa fría que me heló la sangre.
—No estoy buscando peleas —le respondí con firmeza, sin mostrar miedo.
—No es una pelea, es una guerra, Luna. Y tú estás en medio sin darte cuenta.
Su advertencia fue clara, pero yo no retrocedí. Si algo me había enseñado esta vida, era que la oscuridad no se vence con miedo, sino con la luz de la verdad y la valentía.
Regresé junto a Aiden, compartiendo cada detalle, cada sospecha. La manada necesitaba saber que estaba en peligro, pero también necesitaba sentir que había alguien que lucharía por ellos sin rendirse.
Finalmente, llegó el día en que no pude ocultar más la verdad. Durante la reunión del consejo, mi voz resonó con determinación.
—Hay quienes planean dividirnos desde dentro —dije, dejando caer las palabras como una bomba—. Y aunque duela, debemos enfrentarlo juntos.
Las miradas se volvieron hacia mí, algunas de apoyo, otras de incredulidad. Pero Aiden estaba a mi lado, firme, y eso me dio fuerza para seguir.
—No podemos permitir que la traición nos destruya. No mientras estamos aquí para proteger lo que somos —añadí, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, tomaba las riendas de mi destino.
Cuando terminé, el silencio fue pesado, pero la verdad había salido a la luz. Y aunque las heridas aún sangraban, sabía que esa oscuridad que había descubierto nos había hecho más fuertes.
Porque a veces, pensé mientras miraba a Aiden, la oscuridad revela más que la luz.
Y nosotros, juntos, éramos capaces de enfrentarlo todo.