La mañana amaneció más gris de lo usual, como si el cielo supiera exactamente lo que se me había clavado en el pecho y decidiera solidarizarse, cubriéndose con nubes que no llovían pero pesaban. Igual que mis pensamientos.
Desde la conversación con Eldric la noche anterior, no había dormido más de una hora. Cada vez que cerraba los ojos, las palabras “equilibrio o destrucción” parpadeaban detrás de mis párpados como un presagio tatuado en fuego. Y lo peor era que no sabía a cuál de las dos cosas me estaba inclinando.
El silencio en la cabaña era espeso. Solo el leve crujido de la madera y el distante canto de los cuervos me hacían compañía. Ni siquiera el vínculo con Aiden ardía esta mañana. Se sentía dormido, como si él mismo hubiera decidido esconderse en su rincón de oscuridad… o de cobardía.
Me senté frente al espejo con el cabello revuelto, los ojos hinchados y una taza de té que ya se había enfriado.
“Eres muchas cosas. Justamente ese es el problema.” Las palabras de Kael me dab