Los rumores vuelan más rápido que el viento entre las copas de los árboles. No hay rincón en los clanes vecinos donde no se susurre mi nombre con mezcla de curiosidad y miedo. Luna, la omega blanca, la loba que no debería existir. La loba que rompió las reglas antes siquiera de conocerlas.
Y claro, los mensajeros no tardaron en llegar.
Desde el amanecer, nuestra aldea estuvo invadida por miradas que no reconocía, ojos de extraños que calculaban, juzgaban, temían. Traían regalos, pero no eran de paz. Eran de advertencia.
El consejo se reunió antes del mediodía. Las caras serias, los murmullos que no cesaban. Todo giraba en torno a una sola cuestión: probar mi control en forma de loba. Una prueba pública. Una sentencia.
Escuché las palabras de los ancianos, las preguntas punzantes de los jefes de clan, y el silencio tenso que caía entre cada frase. Todos esperaban mi fracaso, o peor, mi derrota.
Solo Aiden parecía enfurecerse de verdad.
—No permitiré que la pongáis a prueba —dijo, con es