Kaeli miró las brasas hasta que la luz se volvió tenue y el frío las obligó a levantarse. Daryan permaneció en silencio a su lado, como una estatua viva que respira. Las sombras danzaban en los rostros de los jóvenes que aún quedaban despiertos, repasando nombres como si fueran rosarios. Afuera, la lluvia fina comenzó a deslizarse sobre las losas del Santuario, un murmullo que parecía limpiar el polvo de la jornada.
—Hay que preparar las escoltas para mañana —dijo Daryan al fin—. Los lugares donde devolveremos tierras y oficios estarán bajo presión. No bastan palabras ni decretos. La gente necesita protección.
Kaeli asintió. La logística había tomado la forma de una guerra burocrática tanto como de una campaña militar. Organizar patrullas, coordinar restituciones, preparar la lista de testigos—todo requería manos y tiempo—y no todo podría hacerse de un tirón. Además, la prensa del reino, esos panfletos que circulaban de boca en boca, empezaban a consolidar historias que podían dañar o