El Santuario de los Nombres todavía vibraba con ecos de la noche anterior cuando la manada se reunió en torno a la piedra central. Las manos de cada uno, tiznadas por el trabajo de sellado y por la lucha, se posaron sobre la superficie fría, y los nombres recién grabados murmuraron en la lengua de quienes los habían perdido. Kaeli miró a su alrededor: el valle lucía menos frágil, pero la calma era apenas una pausa en la corriente de la guerra. Había que aprovecharla para reparar lo que el combate había herido y, sobre todo, para atar los cabos flojos que amenazaban con romper la frágil unión que se había forjado.
Daryan propuso dividir tareas con la lógica de un hombre que llevaba en la espalda la carga de muchos: algunas unidades reforzarían los puestos en las rutas de agua; otras recorrerían aldeas para capacitar escribas honestos; un tercer contingente, liderado por Nerissa y Lyara, se ocuparía de decodificar los pergaminos de la Orden que todavía llevaban tinta latente. Kaeli añad