Tras el polvo de la cantera y el eco largo de su triunfo, la manada regresó al anfiteatro del lago con el alba teñida de un gris suave. El siguiente paso no sería una batalla, sino un acto de fe: plantar un Santuario de los Nombres. Cada piedra del muro, cada bloque tallado, llevaría inscrito el nombre de un lobo rescatado, el juramento de un aliado o el recuerdo de quienes habían caído con dignidad. Kaeli, Daryan y los Ekhar habían acordado convertir aquel valle en un templo vivo que recordara a todos la victoria de la memoria sobre el olvido.
Las primeras horas se dedicaron a tender cuerdas y marcar los perímetros. Serena y Thalen cortaron vigas de pino resistente junto al lago; Selin y Marek cavaron los cimientos con paciencia de lobos centenarios; Eiren e Ilya labels las inscripciones de pruebas y juramentos. Mientras tanto, Nerissa y Lyara extendieron sendos círculos de protección mágicos alrededor del perímetro, mezclando polvo lunar con cenizas del campamento de Rhoan. La bruma