La noche pesaba como un paño mojado sobre el puerto. La bruma, espesa y fría, se pegaba a las cuerdas y a las quillas; las velas dormían plegadas, y sólo el crujir de maderas y el chasquido de las antorchas rompían la quietud. En la cubierta del buque principal, Kaeli se movía con una lentitud felina, esperando el momento en que el llamado hiciera vibrar la sangre. Flor de Luna dormía envuelta en pieles, protegida por un cerco de guardianes; sus respiraciones eran respiraciones de la manada, pequeñas olas que resonaban en el alma de cada uno.
Daryan, ya en su forma humana pero con el pulso de lobo clavado en las venas, reunió a los capitanes y a los jefes de patrulla en torno a la mesa de mapas. La luz de una lámpara de aceite reflejaba la severidad en sus rostros; la marea marcaba un compás lento en el muelle.
—Nos enfrentamos a hombres con nombres limpios y manos sucias —dijo Daryan, señalando las rutas en el mapa—. Soren tiene astilleros. La Cámara paga capitanes. No pelean con lan