La bruma del amanecer cedía lentamente al calor debilitado del sol. En el jardín de lunas, las raíces se habían retraído, las piedras se habían asentado, y el símbolo de tres marcas brillaba con la misma intensidad que al final del Ritual de Verdad. Pero algo permanecía en el aire: un murmullo casi imperceptible, como si la sombra se transformara en palabra solo para aquellos que quisieran escuchar.
Kaeli salió del Salón de Piedra con el corazón encogido. A su paso, los lobos la saludaban con reverencia, pero sus ojos –los de algunos– guardaban un brillo inquisitivo.
Daryan la alcanzó.
—¿Lo sientes? —susurró él—. Como si alguien estuviera observándonos… no desde afuera, sino desde dentro.
Kaeli asintió, apretando los puños.
—No es el enemigo al otro lado del bosque. Es… quien se sienta con nosotros.
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En el comedor común, los clanes aliados compartían el desayuno. Pan de raíz asada, frutas de rocío y agua lunar. La atmósfera, bordeada por el recuerdo del Ritual, era festiva… pero te