El fuego plateado seguía ardiendo en el centro del jardín.
Las raíces se habían detenido, como si esperaran.
Las piedras lunares vibraban con una frecuencia que no era mágica… era ancestral.
Kaeli permanecía en el círculo, con la marca recién trazada brillando sobre el cuello de Daryan. La manada no hablaba. No por miedo. Por reverencia.
Yelra, la anciana loba, se colocó junto al fuego.
—La última vez que vi este color… fue cuando mi madre murió. Y dijo que la luna no se apaga. Solo se esconde.
Kaeli se acercó.
—¿Crees que esta noche la luna dejó de esconderse?
Yelra la miró.
—No. Creo que esta noche… nosotros la encontramos.
*
Selin se arrodilló junto a Marek.
—¿Sientes eso?
Marek asintió.
—Como si el suelo estuviera hablando.
Las raíces comenzaron a moverse.
Pero no en espiral.
En forma de símbolo.
Una figura se dibujó sobre la tierra: dos lunas entrelazadas, rodeadas por tres líneas quebradas.
Thalen se acercó.
—¿Qué significa?
Ilyra, que tejía en silencio, levantó la mirada.
—Es u