El comedor quedó en un silencio espeso tras la salida de Kaeli. Las copas aún vibraban por el eco de las palabras que habían cortado más que cualquier daga ceremonial. El fuego de los candelabros parecía temblar, como si incluso la luz se sintiera incómoda.
Daryan permanecía sentado, con el rostro impasible. Selene, a su lado, sonreía con una satisfacción contenida, como quien gana una partida sin mover una sola ficha.
Lyara se levantó con brusquedad.
—¿Qué demonios fue eso, Daryan?
Él no respondió. Solo tomó su copa y bebió con calma.
—¿Vas a fingir que no pasó nada? ¿Que no humillaste a Kaeli delante de todos?
Selene intervino, con voz suave.
—No fue humillación. Fue corrección. A veces, las emociones nublan el juicio. Y Kaeli… está demasiado envuelta en su propio mito.
Lyara la fulminó con la mirada.
—Tú no tienes derecho a hablar de ella. No después de lo que hiciste hace años.
Selene se encogió de hombros.
—Yo solo regresé. No la invité. No la provoqué. Ella eligió enfrentarse.
N