La mañana siguiente amaneció con la ciudad todavía olfateando la espiral pintada en la noche. No importaba cuántas veces se borrara, la marca volvía en susurros y grafitis menores; era un recordatorio de que la derrota no era total. Kaeli reunió al consejo en la sala del Santuario, el aire pesado por café y hojas recién escritas.
—Hoy cerramos agujeros —dijo—. No podemos permitir que la espiral vuelva a respirar.
Marek abrió un rollo con nombres y lo dejó sobre la mesa.
—He seguido transferencias —anunció—. No todas pasan por Coran. Hay casas pequeñas que han hecho de la venta de nombres su oficio. Si cortamos a los grandes, los chicos multiplican.
Selin miró por la ventana y después a Marek.
—Entonces vamos por todos —respondió sin vacilar—. No con sangre, con vigilancia y con ruido. Que los pueblos sepan lo que les ofrecían y a quién.
Daryan sostuvo la mirada de Kaeli.
—No podemos perseguir hasta el fin de los días —dijo—. Debemos convertir esto en norma: que quienes lo intenten sep