—Hoy empezamos a coser lo que rompieron —dijo Kaeli cuando se colocó junto a la mesa mayor—. No celebramos. Inventariamos. Y que cada firma que vimos sea ahora pública.
Una mano se levantó entre los presentes: Lord Miron, que hacía semanas había dejado la rigidez noble por la carga de reparar.
—No quiero palabras que suenen a lavado —dijo—. Quiero nombres y restituciones. Si la manada me llama a pagar, lo haré en público, delante de todos los que a ustedes les convinieron mis silencios.
Maeli asintió.
—Se harán actas públicas de cada restitución. Aquí y en las plazas. Que nadie diga luego: “no tuve aviso”.
Al otro extremo de la sala, Ceran, el notario que aún cargaba la vergüenza, levantó la vista con voz rota.
—Ayudaré a reconstruir cada libro en el que metí mi pluma por miedo —dijo—. No pido perdón por mí: pido que la verdad sea más dura conmigo que el silencio fue con otros.
Selin, que había pasado noches desenmarañando sellos, escupió una murmullo escéptico.
—No todos vendieron po