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8° Mi bella flor

Elif Pellegrini

Mis pensamientos se desvanecieron mientras me entregaba a ese momento. Cada caricia de sus labios encendía un fuego dentro de mí, y la química entre nosotros era innegable. Sentía cómo su deseo me envolvía, y a la vez, algo en mí se resistía a ser absorbido por esa intensidad.

Mazhar profundizó el beso, sus manos explorando mi espalda con un toque firme pero delicado. Era como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera, dejándonos solos en una burbuja de deseo.

Cuando finalmente nos separamos, ambos respirábamos con dificultad. Sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y determinación.

—Quiero más de ti —dijo, su voz grave resonando en mi interior.

No pude evitar sonreír, aunque una parte de mí seguía sintiendo una punzada de incertidumbre. Sin embargo, el deseo era más fuerte que cualquier duda que pudiera tener.

De repente, Mazhar se puso de pie, tomando mi mano con firmeza. Me llevó hacia la mesa, y en un movimiento decidido, me levantó y me colocó sobre la superficie. La acción fue inesperada, y mi corazón dio un vuelco.

—Mazhar, ¿qué estás haciendo? —pregunté, sintiendo una mezcla de sorpresa y emoción.

—Quiero que sientas lo que es ser deseada —respondió, su mirada fija en mí, llena de un ardiente deseo que me hizo temblar.

Sentada sobre la mesa, me sentí vulnerable pero también poderosa. Mazhar se acercó, su cuerpo presionándose contra el mío mientras sus labios volvían a encontrar los míos. Esta vez, el beso era más profundo, más urgente, como si estuviera tratando de absorber cada parte de mí.

Sus manos acariciaban mis muslos, subiendo lentamente, explorando cada centímetro de mi piel. La calidez de su toque me hizo perder la noción del tiempo y del lugar. Era como si nos encontráramos en un mundo aparte, donde nada más importaba.

Mientras nuestras bocas se movían en perfecta sincronía, el deseo se intensificó. Podía sentir su respiración entrecortada, y eso solo avivaba el fuego que ardía en mi interior.

—Eres mía, Elif —susurró entre besos, su tono posesivo resonando en mi mente.

Aunque sus palabras eran firmes, había algo en su voz que me hacía sentir especial, como si realmente significaba algo para él.

La conexión entre nosotros se volvió casi palpable, un hilo invisible que unía nuestras almas. Mientras seguía besándome, su cuerpo se acercaba más al mío, y la tensión se convertía en una danza sensual. En ese momento, supe que había cruzado una línea. La atracción era irresistible, y aunque había una parte de mí que temía lo que esto significaba, otra parte anhelaba perderse en él, dejarme llevar por el torrente de emociones que me invadía.

La música suave y envolvente llenaba el ambiente, creando una atmósfera perfecta para lo que estaba a punto de suceder. Las luces tenues danzaban a nuestro alrededor, y cada nota parecía resonar con el latido de mi corazón. Mazhar se acercó más mientras sus manos comenzaban a explorar. Sus dedos recorrían mi piel con delicadeza, como si estuvieran descubriendo un paisaje nuevo. Cada roce era una promesa, una caricia que encendía un fuego en mi interior. La música se entrelaza con nuestros movimientos, creando una sinfonía de deseo.

—Eres tan hermosa —murmuró, su voz grave y cargada de deseo. Sus ojos brillaban con una intensidad que me hacía sentir completamente expuesta.

A medida que sus manos se deslizaban por mi cuerpo, una mezcla de emoción y nerviosismo me llenó. Era un momento de intimidad que nunca había experimentado, y la realidad de ser virgen pesaba en mi mente.

—Mazhar —dije, tomando un respiro profundo—. Necesito que sepas algo.

Él se detuvo, mirándome con atención.

—Soy virgen.

Mis palabras colgaron en el aire, y por un instante, la música pareció desvanecerse. Mazhar mantuvo su mirada fija en mí, y su expresión se tornó seria.

—¿Estás segura de que quieres seguir? —preguntó, su tono suave pero firme. Había una preocupación genuina en su voz, y eso me hizo sentir valorada.

Asentí lentamente, sintiendo que este era un momento que quería experimentar, a pesar de mis temores. La conexión entre nosotros era intensa, y aunque sabía que estaba a punto de cruzar una línea importante, no podía negar el deseo que ardía en mi interior.

—Sí, quiero estar contigo —respondí, sintiendo cómo la música retoma su ritmo, envolviéndonos nuevamente en su abrazo sonoro.

Mazhar sonrió, y su mirada se iluminó con una mezcla de deseo y ternura. Sus manos continuaron su recorrido, acariciando mis brazos, mis hombros, y luego bajando lentamente hacia mi cintura. Cada toque era un susurro, una promesa de lo que estaba por venir.

—Voy a cuidarte —prometió, su voz llena de sinceridad. Era una declaración que me tranquilizaba, a pesar de la vulnerabilidad que sentía.

La música se convirtió en nuestro telón de fondo, marcando el ritmo de nuestras acciones. Con cada acorde, mis nervios se desvanecen un poco más, y me dejé llevar por la magia del momento.

Las manos de Mazhar se movían con una gracia que me hacía sentir especial, como si cada caricia estuviera diseñada solo para mí.

A medida que la música se intensifica, también lo hacía nuestra conexión. Mazhar se acercó aún más, su rostro a milímetros del mío, y su aliento cálido acariciaba mi piel.

—Confía en mí —dijo, y aunque había una parte de mí que temía lo desconocido, otra parte anhelaba entregarse por completo a la experiencia.

Asentí, sintiendo que el mundo exterior se desvanecía.

Con el corazón latiendo con fuerza y la música marcando el compás de nuestro deseo, me dejé llevar, sintiendo que este era un momento que cambiaría mi vida para siempre.

Con una suavidad casi reverente, Mazhar acercó su mano a mi blusa. Sus dedos temblaban ligeramente, como si cada movimiento fuera un ritual sagrado. Con un movimiento lento y deliberado, Mazhar comenzó a desabrochar mi blusa. Cada botón que se desprendía era como un ladrillo que caía, desnudando no solo mi cuerpo, sino también mi alma.

Cuando la prenda cayó al suelo, su mirada se intensificó, como si estuviera contemplando una obra de arte. Mazhar no se detuvo. Sus manos se deslizaron por mis brazos, acariciando mi piel expuesta, y luego bajaron hacia mi falda. Con un movimiento suave, comenzó a levantarla, revelando mis muslos.

La sensación de ser despojada de mis prendas me llenó de una mezcla de vulnerabilidad y empoderamiento.

—Eres perfecta así —murmuró, sus ojos brillando con un deseo que me hacía sentir viva.

Finalmente, solo quedaba mi ropa interior. Mazhar se detuvo un momento, mirándome con una intensidad que me hizo sentir como si estuviera en el centro del universo.

—¿Estás lista? —preguntó, su voz cargada de emoción.

Asentí, sintiendo que cada parte de mí anhelaba este momento. Con un movimiento cuidadoso, él retiró la última prenda, dejándome completamente expuesta ante él. Sus ojos verdes se posaron sobre mí, llenos de deseo y devoción. No había juicio en su mirada, solo admiración y una profunda conexión.

—Eres increíble —dijo, su voz casi un susurro, como si estuviera compartiendo un secreto.

Sentí que me entregaba a él no solo físicamente, sino también emocionalmente.

Con cada latido de mi corazón, me dejé llevar por la magia del momento. Mazhar se acercó, y mientras sus manos acariciaban mi piel, sentí que el mundo se desvanecía aún más. Era un acto de entrega total, un momento en el que todo lo que había sido antes se desvanecía, y solo existía el ahora.

Mientras nuestras miradas se encontraban, supe que estaba lista para este paso. La música seguía sonando, marcando el ritmo de nuestras respiraciones entrelazadas.

Él me abrió de piernas completamente donde la tela de mi braga cubría mi coño; cabe destacar, que él me acaricia ahí con sus dedos haciendo que cada suspiro sea más errático y los gemidos comienzan a aparecer. Mientras que continúa acariciando mi intimidad, besa mi cuello, la clavícula hasta descender hasta mis senos, los cuales no son grandes pero sí de buen tamaño y firmes.

Se fue ingresando en su boca cada uno deleitándose cuan niño pequeño, arquee la espalda sintiendo toda la tensión en mi cuerpo.

Siguió bajando hasta que su boca tocó la tela de mi ropa interior. — Hueles exquisito, Elif...

Musita ensombrecido por el deseo del momento. Finalmente, rompe mi braga en dos dejándome completamente desnuda y a su placer, siento que me mojo cada vez más provocando que él sonría con perversión. Baja su pantalón junto con su bóxer mostrándome su pene el cual es de un tamaño promedio pero grueso.

— ¿Segura?

Asiento.

Coloca la punta de glande en mi hendidura y poco a poco va ingresando dentro de mí haciendo que aferre mis uñas en su hombro tratando de aguantar el dolor y placer que me causa a la vez.

Una vez ya adentro, se queda por unos segundos sin moverse haciendo que mi cuerpo se adapte a su tamaño y cuando cree que ya estoy preparada, comienza a bombear con movimientos certeros. Me embiste con determinación, con rabia, esos ojos que había visto antes, desaparecieron, ahora es un total depredador el cual me está cuando un poco de miedo.

— Por favor para. — expreso con voz apenas audible.

Pero él no me presta atención y arremete con mayor fuerza haciendo que todo me duela, intento empujarlo pero él es más fuerte que yo por lo que hago es lastimarme cada vez más.

Lágrimas salen de mis ojos sin parar pero no hago ningún ruido, me siento asqueada, tenía que hacerle caso a mi intuición que esto sería una mala ida. Aprecio como el líquido sale del interior recorriendo mi pierna y cuando echo la vista hacia mis muslos estos se hallan ensangrentados. El miedo me carme haciendo que comience a gritar desesperadamente pidiendo ayuda pero es como si nadie de las personas que en un principio estaban a nuestro alrededor, desaparecieron.

— ¡Ya basta! ¡Me duele!

— Ahora cállate. — estampa su mano contra mi mejilla haciendo que voltee la cara y un sabor metálico degusta mi paladar. Mi sangre.

De un momento a otro, sus movimientos son más certeros hasta que lo oigo gemir levemente avisando que ha acabado.

La puerta del bar se abrió de golpe, y un aire frío irrumpió en el ambiente. Romeo Mancinelli, conocido por su temperamento y su presencia imponente, entró acompañado de sus hombres. El sonido de sus pasos resonó en el suelo de madera, y la tensión en el aire se volvió palpable.

Mazhar, con una sonrisa en el rostro, se volvió hacia mí, ajeno a la llegada inminente de la tormenta. Había logrado su cometido, y su expresión reflejaba una satisfacción que me llenó de calidez.

¿Quién verdaderamente es él?

Pero cuando los ojos de Romeo se posaron sobre nosotros, su expresión cambió drásticamente. Su mirada se oscureció al reconocerme, y un silencio sepulcral se apoderó del lugar.

—Elif... —su voz era un susurro cargado de incredulidad y furia.

En ese instante, me acordé de que estaba cubierta de sangre, un detalle que había ignorado en la intensidad del momento. Mi corazón se hundió al comprender la gravedad de la situación.

Mazhar, al ver la transformación en la expresión de Romeo, se puso en pie, la sonrisa desvaneciéndose de su rostro.

—¿Qué has hecho? —preguntó Romeo, su voz temblando de rabia.

Fue entonces cuando las piezas del rompecabezas encajaron en mi mente. La verdad se desplomó sobre mí como un torrente: Mazhar no era el aliado que creía. Era el enemigo de Romeo, un traidor que había jugado con mis sentimientos.

La mirada de Romeo se volvió fría, y su ira era palpable. En su mente, todo se oscureció, y su deseo de venganza se encendió.

—Te has dejado engañar, Elif —dijo, su voz resonando con un eco de desilusión.

Sentí el peso de su decepción, y mi corazón se partió.

Romeo Mancinelli, con su mirada intensa y decidida, captaba cada detalle a su alrededor. Sus ojos recorrían el bar, evaluando la situación, y en su mente, cada movimiento contaba. La furia en su interior se reflejaba en su rostro, y sabía que no podía permitir que esto quedara impune.

Sin previo aviso, sacó su arma con una rapidez sorprendente. El sonido del metal al deslizarse resonó en el silencio, y todos los presentes contuvieron la respiración o solo yo lo hizo.

Sus hombres, leales y temerosos, hicieron lo mismo, apuntando hacia el capo de la mafia turca, Mazhar.

Mientras esto sucedía, yo me sentía completamente vacía. Sin ropa y cubierta de sangre, la realidad de mi situación me golpeó con fuerza.

Era como si el mundo se hubiera desvanecido, y solo quedara el caos que se desarrollaba ante mis ojos.

—Mazhar —dijo Romeo, su voz resonando con una mezcla de furia y desafío—, esto termina aquí.

La atmósfera en el bar era densa, cargada de tensión y peligro. Romeo Mancinelli, con su arma firmemente apuntada hacia Mazhar, parecía un tigre a punto de atacar. Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue inesperado.

Mazhar comenzó a reírse, una risa que resonó en el silencio como un eco burlón. Era una risa que desafiaba la gravedad de la situación, y me dejó paralizada.

—¿De verdad crees que puedes asustarme con eso? —dijo, su voz llena de desprecio—. Si disparas, tu hijo Theo morirá.

Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar su amenaza. El nombre de Theo, el hijo de Romeo, flotó en el aire como un veneno.

Mazhar continuó, su tono burlón y seguro:

—Sé que está en un burdel, y puedo hacer una llamada en ese mismo instante. Tus hombres no podrán protegerlo.

La risa del turco se convirtió en un golpe directo al corazón de Romeo. Vi cómo su expresión cambiaba, la furia dando paso a la duda. El arma tembló ligeramente en su mano, y el silencio se volvió ensordecedor.

Mazhar, sintiéndose en control, se acercó lentamente, como un depredador que juega con su presa.

—¿Vas a arriesgar la vida de tu hijo por un momento de ira? —preguntó, su voz llena de cinismo.

Era una jugada maestra, y lo sabía.

El tiempo se detuvo mientras Romeo luchaba por la decisión. La lealtad a su hijo pesaba más que el deseo de venganza. Yo, atrapada en el medio, sentía cómo el miedo se apoderaba de mí. La vida de Theo pendía de un hilo, y el destino de todos nosotros estaba en juego. Romeo respiró hondo, su mente llena de imágenes de su hijo. La risa de Mazhar seguía resonando en mis oídos, un recordatorio cruel de la situación en la que estábamos.

Finalmente, la determinación en los ojos de Romeo se desvaneció, y su mano comenzó a bajar lentamente el arma.

—No puedo... —murmuró, su voz temblando—. No puedo arriesgar su vida.

Lo dijo mirándome a los ojos como pidiéndome disculpas y lo entendía, nadie en su sano juicio pondría la vida de su hijo en peligro por mí.

La derrota en su expresión fue un golpe que resonó en mi corazón.

— Vete de una vez Mazhar, y no vuelvas aquí. — sentenció Romeo.

— Solo quería darte la bienvenida a tu imperio...

— ¿Por qué con ella? — lo cortó el Don — Ella no tiene nada que ver en esto.

Él sonrió con sorna. — Sé que es lo más preciado de tu mejor amigo, y tu eres muy unido a él, así qué...

Mazhar cayó al suelo con el golpe que le ha dado Romeo, le ordena a sus hombres que lo saquen de aquí y se asesoren de que salga de Italia. Todos salen quedando nada más el Don y yo, mi cuerpo comienza a temblar por miedo y vergüenza, él se quita el saco de su traje para cubrirme y sin esperarmelo, me abraza con tanta fuerza haciendo que por fin pueda ser vulnerable con alguien.

El llanto aparece con libertad y sin una pizca de pena de que el hombre más temido por todos, me esté consolando entre sus brazos cubierta de sangre. En un instante, me carga y me saca del bar diciéndole a sus hombres que él condujera el vehículo.

— Él las pagará, eso te lo prometo. Il mio bel fiore.

"Mi bella flor."

Y tan solo esas palabras, me hizo sentir miserable.

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