El cielo sobre la ciudad era de un gris desgastado, como si las nubes llevaran semanas sin dormir. El viento cortaba con insistencia entre los edificios altos, y el sonido lejano del tráfico formaba un murmullo constante. Adrián caminaba en silencio junto al detective, cada paso sobre la acera de mármol enviando un eco seco entre sus pensamientos.
La joyería "Eterna", ubicada en el corazón del distrito de lujo de la ciudad, brillaba incluso en medio de la tormenta. Las luces doradas, los ventanales impecables y el suave perfume que se escapaba al abrirse las puertas hacían del lugar un templo para el exceso.
Adrián se detuvo antes de cruzar la calle. Un nudo le subía desde el estómago, más tenso que la corbata que olvidó ponerse aquella mañana.
—¿Seguro que podemos sacarle información sin levantar sospechas? —preguntó —. No va a ser fácil.
—Nunca lo es —respondió Adrián, sin apartar la vista del local.
Justo entonces, la puerta de cristal se abrió, y una figura femenina salió con paso