Por eso, decidió que debía disculparse con Laura como era debido. Si tan solo le diera la oportunidad, estaba seguro de que podría compensarla más adelante, ya fuera con dinero o cualquier otra cosa; eso no sería un problema.
Pero sin importar cuántas veces marcara, su llamada iba directo al buzón. En ese momento, el corazón de Daniel comenzó a latir con un pánico real y abrumador.
Al principio, había creído que solo estaba actuando, que su acto de marcharse era parte de un drama pasajero.
Sin embargo, a medida que pasaban las horas, se iba sintiendo más y más inquieto.
«¿Qué le pasa? ¿En serio quiere dejarme? ¿O qué? ¿Por qué no contesta? ¿Qué diablos?»
Gotas de sudor le perlaban la frente. Por primera vez, sentía un miedo genuino. Durante el tiempo que habían pasado juntos, se había dado cuenta de que ya no podía imaginarse una vida sin ella.
La idea de perderla era como una sentencia de muerte. Después de todo lo que habían vivido, el lugar que ella ocupaba en su vida era incluso