Fueron los sollozos de Lorena los que devolvieron a todos a la realidad.
Sofía bajó la mirada al escucharla, con un tono de incredulidad en la voz.
—Mamá, ¿qué pasa?
—Las dos son mis hijas, es natural que me duela. La vi crecer desde que era una niña, y ahora se va así como si nada. ¿Cómo no voy a estar triste?
Ver a su madre tan afligida y sintiéndose responsable le dio mucha tristeza a Sofía. A pesar de sus conflictos con Valeria, la situación la afectaba.
«Qué ironía», pensó con resentimiento. «De niña era tan buena para guardar secretos, y aun así todo terminó saliendo a la luz de la peor manera».
Supuso que, en cierto modo, ahí estaba la raíz de todo.
Lorena miró a Alejandro y luego a Mateo, con una actitud apenada.
—Han estado aquí acompañándome por horas. Deberían irse a descansar, por favor.
Mateo apenas abrió la boca para negarse, pero la respuesta de Alejandro fue tan elocuente que sorprendió a todos.
—No diga eso, por favor. Acompañarla no es ninguna pérdida de tiempo. Es un