«No pueden seguir así de distanciadas», pensó Lorena, la angustia estrujándole el corazón. «Si mis hijas se llevan tan mal, ¿qué va a pasar con la empresa?»
Solo de imaginarlo, sentía que el aire le faltaba.
No, sus hijas no podían seguir así.
—Mira, Sofía, parece que tu hermana tiene algún problema, por eso está tan difícil y te habló de esa manera —dijo, eligiendo sus palabras con cuidado—. No te enojes tanto con ella. Tú sabes cómo es, llevas toda la vida conociéndola, ¿o no?
—¡Mamá!
Sofía la interrumpió, incapaz de seguir escuchando. Por la expresión de Lorena, era obvio que quería seguir insistiendo, pero su hija ya no estaba dispuesta a escuchar más.
—Ya sé lo que intenta decir.
Suspiró, y dijo con voz tranquila pero firme.
—Y porque la conozco de toda la vida, sé cómo es. Por favor, ya no siga. No tiene caso.
En ese momento, no quería preocuparse por nada más. Solo quería vivir su propia vida en paz.
A Lorena le temblaron los labios, pero hizo un último intento.
—Sofía, es tu he