DALIA
El sol apenas filtraba una luz tenue por las cortinas cuando lo vi prepararse. Adriano se movía por la habitación con esa calma falsa que solo engañaba a los demás, no a mí. Yo conocía cada tensión de su cuerpo, cada sombra en sus ojos. Estaba listo para la guerra. Y yo, por más que intentara sonreír, sentía que se me partía el alma. Estaba sentada a la orilla de la cama viendo todo como en cámara lenta, no quería que se fuera, reconozco que era dependiente de mi Adriano, sobre todo después de quedar embarazada.
—Amor, por favor… quédate —susurré, mi voz quebrada antes de terminar la frase.
Él se acercó a la cama y se arrodilló frente a mí. Sus manos tomaron mi rostro con la misma delicadeza con que a veces sostenía hasta mi alma, como si supiera que cualquier movimiento brusco podía romperme.
—Tranquila, mi flor. Voy con Gael, y Paolo nos espera en España. Nada pasará. Volveré.
Me incliné hacia él, incapaz de detener el temblor en mis labios.
—Te amo, Adriano.
Él sonrió apenas,