SARA BLACKSTONEEl olor a desinfectante me golpeó apenas entré al hospital. No me gustaban esos lugares, pero William estaba aquí, y eso era lo único que importaba. Caminaba por el pasillo junto a Dalia, que se adelantó con paso ligero hacia la habitación de su padre. Yo, en cambio, me tomé un segundo para respirar hondo. La clínica era blanca, silenciosa, demasiado perfecta. Como si intentara ocultar el hecho de que también era un lugar donde la gente venía a morir.Suspiré y seguí caminando.Cuando entré, vi a William recostado en la cama, con una sonrisa apagada que revivió al verme.—Sara Blackstone… —dijo con esa voz profunda que tantos años conocía—. Llegas tarde.—Y tú sigues quejándote como un anciano, aunque te ves mejor que muchos de mi edad.Dalia soltó una risita mientras se sentaba al borde de la cama, tomando la mano de su padre con una ternura que me rompió el alma. Me acerqué, colocando un ramo de dalias frescas sobre la mesa.—Tus favoritas —le dije mientras lo abraza
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