EPÍLOGO
ADRIANO BLACKSTONE
El sonido del viento golpeando contra los ventanales de mi despacho era lo único que se oía.
Afuera, la tarde caía con ese tono dorado que siempre me recordaba a ella.
A Dalia, a mi hermosa flor.
El reloj marcaba las siete y veinte.
Sobre el escritorio, había un vaso de whisky intacto, unos informes que jamás leería, y un viejo cuaderno de cuero oscuro, con mis iniciales grabadas en oro: A.B.
Ese diario había sobrevivido a todo: a mis errores, a las cicatrices, a la guerra… y a la pérdida.
Era mi memoria cuando la mía dejó de existir.
Pasé la mano sobre la tapa, notando las marcas del tiempo, los dobleces, el olor a papel viejo mezclado con perfume de lavanda.
El mismo perfume que ella usaba cuando me conoció.
Tomé la pluma, como lo hacía cada noche, y escribí.
“Mi nombre es Adriano Blackstone.
Durante años fui un hombre frío, preciso y calculador.
Un estratega, un líder, un CEO que veía el mundo como un tablero de ajedrez donde todo debía estar baj