ADRIANO
El reloj de la oficina marcaba las nueve, pero el aire tenía el filo de la medianoche. Cerré la puerta con llave y me senté en la cabecera de la mesa. A un lado estaba Gael, tomando notas en su cuaderno como si fueran de vida o muerte. Enfrente, Enzo, espalda recta, la mirada fija en Alessandro como un francotirador. Y junto a él, mi primo, con la misma calma peligrosa que heredamos los dos: ojos azules, manos en los bolsillos, como si la sala entera fuera su territorio.
Alessandro extendió una carpeta gruesa sobre la mesa. Los bordes estaban gastados, como si hubiera viajado con ella medio mundo. Su voz salió grave, sin adornos.
—Aquí tienen todo lo que necesitan saber de Visconti. —Abrió la carpeta y empezó a mostrar documentos, fotos satelitales, copias de correos interceptados—. Se mueve entre dos propiedades principales: una villa en la costa de Amalfi y un complejo en las afueras de Madrid. Pero la mayoría del tiempo lo pasa en España. Allí recibe a los jefes de “Bite of