ADRIANO
La vi sonreír.
No una sonrisa cualquiera, sino esa que nacía desde adentro, como si el mundo entero por un instante dejara de pesarle. Estaba sentada en una banca, el cabello recogido a la ligera y los ojos encendidos con un brillo distinto… un brillo que me mataba porque yo no era la causa.
Desde el coche, a la distancia, observé cómo se levantó con paso rápido, como si tuviera un destino claro aunque su sonrisa no se borraba. La seguí despacio, manteniendo siempre unos metros entre nosotros. Mis manos sudaban en el volante y mi pecho latía con un ritmo extraño, como si supiera que estaba a punto de entrar en un terreno sagrado para ella.
No tardé en darme cuenta de hacia dónde iba. El portón de hierro forjado y las hileras de lápidas me lo dejaron claro.
El cementerio... iba a ver a su padre.
Reduje la velocidad y estacioné fuera. Bajé, procurando no hacer ruido. La seguí entre los caminos empedrados, con el sol filtrándose entre las ramas de los árboles. Ella avanzaba con p