DALIA
El sol caía de lleno sobre el campus, tiñendo de oro los muros claros y el césped recién cortado.
La universidad, a esa hora, estaba llena de voces, pasos apurados y el sonido metálico de las bicicletas encadenándose en los aparcamientos.
Yo caminaba con la carpeta apretada contra el pecho.
Entre las hojas que llevaba, sobresalían las cuentas de este mes: la mensualidad de la carrera, el recibo de luz y el de internet.
Los números bailaban en mi cabeza como un recordatorio cruel: si algo salía mal, tendría que dejar de estudiar un semestre para ahorrar.
No era la primera vez que esa idea me asfixiaba.
Desde que decidí estudiar, mi mundo financiero era un caos.
El dinero del pago de la señora Sara, se había ido en mantenerme a flote, en comprar mi casita que conseguí y en algunos caprichos pequeños que me recordaban que aún podía darme gusto… como un café de vez en cuando en mi lugar favorito.
Suspiré, subiendo las escaleras hacia el pabellón de humanidades.
Tenía clases en vei