Dejar ir

DALIA

—¡¿Qué sucede?!

Sara y Susan irrumpieron asustadas en la habitación, mientras yo aún temblaba de miedo abrazada a Adriano como si pudiera protegerlo con mi cuerpo. Sentía las piernas entumecidas, la respiración entrecortada, como si la escena acabara de repetirse en bucle dentro de mi cabeza.

—¡Alguien intentó matar a Adriano! —grité con la voz rasgada por la adrenalina. Mis manos aún estaban temblando, y sentía las uñas clavadas en las palmas por tanto apretar los puños.

Las dos palidecieron.

—¡¿Qué?! ¡Dios mío! —Sara corrió hacia su hijo—. ¿Hijo, estás bien?

—Sí… gracias a Dalia —su voz era apenas un hilo—. Pero ¿cómo es posible que un hombre entre a mi habitación como si fuera su casa?

—Lo averiguaré. Te lo prometo.

Sara me miró y sus ojos se agrandaron al instante.

—¡¡DALIA!! ¡¡¡TIENES SANGRE!!!

—¿Eh? —Me llevé la mano a la frente, y al tocarla, sentí el calor espeso y pegajoso de la sangre—. Seguro fue por el golpe con la mesita…

—¡No es nada! Voy a limpiarme —dije apresura
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