DALIA
Los días pasaban. Había jornadas en que Adriano no me dirigía la palabra, y otras en que solo quería saber cómo había estado mi día. Su humor era tan cambiante como el viento antes de una tormenta. A veces me miraba con los labios apretados, otras desviaban la vista con un suspiro hondo, como si le pesara tenerme cerca... o necesitarme.
Yo me dedicaba a hacer mi trabajo mientras me dividía entre mi padre y él.
Las cosas con papá iban mejor: el tratamiento lo estaba haciendo sentir más fuerte, los medicamentos reducían su dolor y, poco a poco, estaba comiendo más. Incluso estaba recuperando peso. Verlo sonreír otra vez me hacía sentir que todo valía la pena.
Volví a casa con una sonrisa, el corazón latiendo con esperanza, estaba feliz. Entré a la habitación con paso ligero con pequeños saltitos como una niña pequeña, corrí las cortinas y abrí las ventanas. El aroma fresco de la tarde se coló en la habitación, mezclándose con el leve perfume floral que dejaban mis manos por la cre