Sostén lo que sientes
El ceño se frunció, un quejido escapó de sus labios ante el apretón de mano que la sujetaba con firmeza. Su primer paso como la señora Ravich se sintió como si cadenas invisibles la apresaran, el peso de una mochila cargada de plomo sobre su espalda, sofocando cada bocanada de aire, sentenciándola a una vida sin aliento. Sus párpados temblaron cuando la imagen frente a ella se distorsionó en una pesadilla obscena: colgada del techo, devorada por ese hombre como si fuera su presa más ansiada.

Sus ojos buscaron desesperadamente su rostro entre la multitud, encontrando su perfil duro, la mandíbula tensa como una cuerda a punto de romperse. Pero cuando él la miró, Artemisa desvió la vista, tragando saliva con dificultad mientras luchaba con todas sus fuerzas para no ceder al pánico. Sentía que iba a desmayarse, que sus pies serían tragados por el cemento bajo sus pies, o peor, que la cubrirían con plástico fundido, transformándola en una muñeca para siempre, un juguete desechable en las m
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