El amanecer de Liana como una nueva mujer no llegó con una explosión, sino con un silencio. Habían pasado dos semanas desde que decidió desaparecer, dejando atrás la farsa de su vida anterior sin mirar atrás. El silencio había sido su mejor aliado, un manto de invisibilidad que la protegía mientras el mundo de los Carlucci se desmoronaba lentamente. Massimo, el hombre que la había llamado una "sombra", se encontraba ahora en un torbellino de incertidumbre. La ironía era palpable: el hombre que la había despreciado por ser invisible, ahora estaba consumido por su ausencia.
Durante esos catorce días, Liana vivió en una calma casi artificial, un oasis de paz en el desierto de su antigua vida. Nadie la había reportado como desaparecida, lo que confirmaba su estatus de "conveniente fantasma". Nadie sabía nada de Oliv, la hija que había sido el ancla de su existencia. Y lo más importante: nadie conocía su conexión con Danna, la hermana que le había robado todo. Dante, su inesperado aliado,