El coche se detuvo lentamente al pie de la escalinata principal, una obra de arte arquitectónica de mármol pulido que se elevaba hacia una imponente entrada. Las luces doradas de los candelabros, que colgaban como racimos de uvas de cristal, brillaban con una intensidad que recordaba a un campo de estrellas capturado bajo la noche. Liana tragó saliva, sintiendo que su corazón latía al ritmo de un tambor ceremonial, un eco sordo que resonaba en la quietud de la cabina. A su lado, la presencia de Dante era un ancla inquebrantable. Descendió primero, la elegancia de su traje negro una segunda piel, y luego le ofreció su mano. Liana la tomó con suavidad, y en el instante en que su piel tocó la de él, algo en su interior se afirmó. No estaba sola. No esta vez. Él le ofreció el brazo y ella se sostuvo con una firmeza que la sorprendió, sabiendo que era la única manera de mantenerse en pie entre tanto vértigo.
Apenas pusieron un pie sobre la alfombra blanca, tejida con hilos de seda que la h