El primer rayo de sol se coló por las rendijas de la persiana, proyectando líneas doradas sobre la alfombra de lana gruesa. Massimo se removió en las sábanas de seda, el peso de su rutina una manta familiar sobre sus hombros. El aroma a café recién hecho flotaba desde la cocina, una señal de que el día había comenzado y no había lugar para la indulgencia. Con un suspiro, se levantó, su cuerpo alto y musculoso una sombra imponente en la habitación. Cada movimiento era preciso, el resultado de años de disciplina, de forjar un imperio y mantenerlo con mano de hierro.
Bajó a la cocina, donde su chef personal ya había preparado el desayuno. Un plato de fruta fresca, una tortilla de claras y la prensa matutina esperaban en la mesa de roble macizo. Tomó asiento, el silencio de la mansión solo roto por el suave tintineo de su cuchara contra la porcelana. Este era su ritual, un momento de calma antes de que el mundo exterior se abriera paso. Aún con el recuerdo de un sueño borroso en el que un