Los nervios seguían a flor de piel. Aunque sentada, Bianca intentaba disimular el temblor de sus piernas, una agitación interna que no cesaba. Desde su imponente escritorio, Eric la observaba fijamente.
—¿Quieres algo de beber? ¿Ya almorzaste? —le preguntó él.
Ella levantó la vista, apenas un atisbo de curiosidad en su mirada.
—¿Qué te hace pensar que no he comido? No tengo hambre ni se me apetece nada. Vine a hacer mi trabajo —soltó de manera cortante.
Él se recostó en su silla, una sonrisa ladeada asomando en sus labios.
—No es necesario que actúes de ese modo conmigo. Deberías ser más amable con tu cliente, Bianca.
Una amarga risa escapó de ella.
—¿Mi cliente? ¿Acaso no te das cuenta de que me siento obligada a estar aquí?
Eric se encogió de hombros con aire despreocupado.
—Digamos que no es una novedad para mí. Es evidente que no querías trabajar para mí.
Bianca, hastiada de la disputa, decidió ir directo al grano.
—Estuve revisando lo que quieres y debo admitir que tienes buen gu