Tatiana se sentó en la silla de metal, la luz de la lámpara de techo rebotando en la mesa de acero. La habitación, con sus paredes grises y el aire frío, era un mundo alejado del lujo y la comodidad a los que estaba acostumbrada. Frente a ella, dos detectives la observaban, sus rostros serios y sus ojos evaluadores.
—Señorita Tatiana Russo, la hemos arrestado bajo sospecha de secuestro, agresión y intento de asesinato. Los hombres que la ayudaron ya han confesado. Es mejor para usted que coopere —soltó el detective, su voz era tranquila, casi monótona.
Tatiana soltó una risa seca, un sonido tan frío como la habitación.
—No sé de qué me habla. No conozco a esos hombres. Yo no he hecho nada. Esto debe ser un error.
El otro detective, se inclinó hacia adelante, con los codos sobre la mesa. Su voz era más dura.
—Deje el show. Sabemos que usted ordenó que se llevaran a la señorita Bianca. Que les dio la orden de torturarla y que luego la dejaran ahí para que muriera.
Tatiana, sin inmutarse