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El corazón le dio un vuelco, y la vergüenza se apoderó de ella. Se había quedado dormida en la oficina de Eric.

El hombre pareció salir de un trance. Dejó la mano que tenía en el aire, como si fuera a tocarla, y se llevó la otra a la nuca, frotándola con nerviosismo.

—Te has quedado dormida —dijo, su voz más suave de lo que ella hubiera esperado, pero aún así, nerviosa—. Deberías haberme dicho si estabas agotada.

Bianca se liberó de la manta que él le había puesto, sintiendo que la tela la asfixiaba. Se levantó de golpe, con un movimiento tan brusco que la silla casi se cae, y comenzó a recoger sus cosas con desesperación, la necesidad de huir quemándola por dentro.

—Tienes razón, debería irme ya. Es bastante tarde —murmuró, casi para sí misma. Miró la ventana, ahora negra como la boca de un lobo—. Mira nada más, ya es de noche. Me voy.

Sus manos temblaban mientras metía el portátil y su tableta en el bolso, cada movimiento era una lucha contra la avalancha de emociones que amenazaba
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