—No se preocupe —respondió con voz grave—. Iba distraído con el teléfono, ha sido mi culpa.
Bianca le devolvió una sonrisa nerviosa y apenada.
—No es cierto, yo tampoco estaba mirando. Así que soy la culpable. En todo caso, lo siento mucho, me disculpo —repitió.
El hombre la detuvo con un gesto suave.
—Si insiste en disculparse —dijo con un brillo en los ojos—, ¿podría hacerlo de otra manera? Me han dicho que los pasteles de ese lugar son bastante buenos, no sé si los ha probado —señaló un local cercano.
Bianca se quedó momentáneamente sorprendida. No esperaba esa invitación y, en realidad, no tenía ningún deseo de entablar conversación con un desconocido. Sin embargo, algo en la calidez de su mirada, en la gentileza de sus palabras, desvaneció por un instante el recuerdo amargo de su encuentro fallido en aquel bar. No permitiría que una mala experiencia la paralizara socialmente.
—Bueno, tampoco los he probado —admitió, encogiéndose de hombros—. Pero si lo dicen, debe ser cierto.
El