Dorian
Llegamos a Clark Country con la luz del día ya cayendo, Gregorio nos condujo sin prisa hasta un pequeño establecimiento de comida: mesas de madera, una cocina que emanaba vapor y el olor a caldo que te calienta por dentro. Nos sentamos en una esquina; la tensión en el aire se mezclaba con el ruido de los cubiertos. Dominic —siempre serio— me miró de reojo, como midiendo el momento. Me dijeron que el investigador privado aparecería con información concreta sobre Thiago y sus hombres. Yo no dejaba de sentir el pasado rozándome la nuca, pesado, humedecido por la rabia que no quería admitir.
Pensar en Rosabella era abrir una herida que no cicatrizaba. Recordarla era revolver memorias que preferiría enterrar: la sensación de impotencia, la verdad grotesca de que mi sangre había servido para que ella viviera, mi corazón era para salvarla, sin embargo esa operación le arrancó la vida y —aún más insoportable— la paradoja de que, gracias a ese acto, yo estaba vivo y ella no. A veces pe