Dorian
Llegamos a Las Vegas de madrugada. El cansancio me pesaba en los hombros como si llevara una mochila llena de piedras. Vanessa, apenas cruzamos la puerta del penthouse, se dejó caer sobre la cama, hundiendo el rostro en la almohada y quedando dormida casi al instante. Era comprensible: el viaje había sido largo, el estrés acumulado nos estaba consumiendo, y aunque ella intentaba mostrar fortaleza, yo sabía que su cuerpo y su mente estaban al límite.
Gregorio, siempre alerta, se instaló en la habitación contigua. No me dijo nada, pero sabía que su intención era permanecer vigilante, atento a cualquier eventualidad. Le agradecí en silencio, porque necesitábamos esa seguridad extra. Sobre todo en este país en la naci, tenia enemigos por todos lados.
Me dejé caer en el sillón del salón y encendí el móvil. Eran más de la una de la madrugada y en la pantalla parpadeaban varios mensajes sin leer: algunos de mi madre, cargados de preocupación como siempre, y uno de Dominic. Lo abrí de