Vanessa
Me quedé sorprendida al verlo agitado, atrapado en lo que claramente era una pesadilla. Se retorcía levemente, con el ceño fruncido y la respiración entrecortada, como si sus propios demonios lo persiguieran en sueños. “Seguramente su mente lo está traicionando, como él mismo es tan malo”, pensé con el corazón latiéndome a mil.
Me acerqué y lo moví suavemente, pero seguía en su mundo de terror. Volví a sacudirlo con un poco más de fuerza hasta que, de repente, se incorporó de golpe, mirándome con los ojos desorbitados, confundido.
—¿Estás bien? —pregunté sin pensarlo. Ni yo misma entendía por qué me preocupaba por alguien que me retenía a la fuerza.
No respondió. En cambio, se cubrió el rostro con ambas manos y luego se levantó, caminando directo al baño. Aproveché el momento para buscar la navaja que me había quitado antes, revisé rápidamente bajo la cama, entre las sábanas, pero no la encontré. Mis ojos se detuvieron en un tenedor que descansaba sobre la mesita de cristal ju